lunes, 15 de mayo de 2017

Han querido dañarnos y nos han hecho más fuertes




Desánimo. Esa es la palabra que estaba habitando las cosas. Desencanto, pena, bronca, tristeza.

El cansancio de sentir que las malas noticias llegan una atrás de otra. Que no hay respiro, que es la era del desguace, del silenciamiento, de la reclusión, del hostigamiento, del desamparo.

Tan desanimada, tan sin eso que nos permite movernos. Así estaba. Me sostenía en pie a pura terquedad. Porque esa ha sido siempre mi estrategia de supervivencia. Porque sé que hay que aguantar, que a veces se trata justamente de esperar, de resistir.

Me sostenía en pie, sin esperanza.

Y lo dije en un grupo de amigos. Y una amiga, más grande, más curtida, más sabia que yo, se escandalizó ante eso que dije: “no tengo esperanza”. Se escandalizó de modo tal que hubo una conversación fuerte, un puñado de personas en una vieja casona cerca del río, reunidos en torno a los libros, dejándonos caer en la necesidad de hablar de lo que pasa.

Mi amiga, Susana, se escandalizó amorosamente. Ella ha luchado, ha sostenido, ha construido. Aún ahora, ya jubilada, sigue siendo maestra de muchos. Maestra mía.

Y luego, la noticia del 2×1.

La sacudida.

Descubrir que lo que muchos creíamos caminado volvía a presentarse como desafío.

Y entonces, mi propia vergüenza. La vergüenza de haber sentido desánimo, de haberme quejado, de haber puesto en duda la esperanza. La vergüenza de flojear. De ver a Estela de Carlotto y a Sonia Torres y a tantas abuelas y madres y pensar en lo que nos han dado. Si ellas en tiempos del horror no perdieron la esperanza, con qué derecho hablar nosotros de agobio, de cansancio, de desencanto.

Y entonces sacudirse la tierra, levantarse del suelo, limpiarse los ojos y tratar de estar a la altura de ese ejemplo. Y marchar. Marchar el miércoles 10 de mayo; esa tarde que, en mí, el deseo de esperanza se volvió realidad, andamio, una red que nos reúne y nos sostiene.

Toda esa gente, reconstruyendo una esperanza tan bombardeada el último tiempo, tan puesta a prueba, tan atacada.

La esperanza no se consigue a voluntad. Es como la fe. Está a o no está. Viene o no. Y vino. En toda esa gente que estaba ahí.

Camila Sosa Villada escribió en su cuenta de twitter: “este mamarracho del dos por uno ha puesto a personas que creía irreconciliables, de repente, en el mismo lado. No está tan mal la cosa.”

Eso sentí.

Han querido dañarnos y nos han hecho más fuertes.

Y ahí, entre la gente, escuchando a Sonia Torres, supe que no iba a encontrar palabras para expresar lo que sentía, lo que estaba pasando, lo que volvía a ponerse en pie. Y pensé en una canción de la brasileña Ana Carolina que dice: “Mi esperanza es inmortal”. Y sé que ahí, en las palabras de otro, con un cambio nodal, encuentro lo que quiero decir: Nuestra esperanza es inmortal.






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