viernes, 10 de febrero de 2017

Comentario de Miguel Russo (Miradas al Sur)




ENTREVISTA | Eugenia Almeida: La voluntad de decir



Las pruebas están ahí, irrefutables: “Hace tres noches que el colectivo pasa sin abrir la puerta”, comienza su primer novela, El colectivo. “El pájaro se acerca”, arranca la segunda, La pieza del fondo. Ahora, con La tensión del umbral, fuerza aún más los tan estudiados inicios de libro: “¿Para qué?”. Eugenia Almeida se encarga de despejar todo tipo de dudas en cuanto a qué está primero en su escritura, a si la cosa pasa por el estilo o por el género: “Primero está la forma de escribir, que es como una marca, no un estilo construido sino una imposibilidad de hacer otra cosa. En ese estilo, que está presente con diferencia de grado en los tres libros, hay ajustes que pueden hacer que un libro se acerque más a un género que a otro”.

Hasta los acápites a los que recurre parecen dar la clave de esta escritora cordobesa que, poco a poco, se va constituyendo como uno de los puntos más altos de la narrativa nacional. En El colectivo fue el novelista checo Milan Kundera: “Una novela no es una confesión del autor”. En La pieza del fondo fue la poeta cordobesa Elisa Molina: “La verdad se expresa en un lenguaje extraño y dura poco”. Ahora, le pide al narrador belga François Emmanuel su frase: “Las historias de las que queríamos ser sólo testigos (…) un día arrojan sobre nosotros el espectro de su evidencia”.

Claves: “Mis novelas tienen un núcleo de enigma. Hay quien las lee como policiales y en eso no me voy a meter. Pero las reglas de género fueron a la hora de corregir, no a la hora de escribir. Si uno está corrigiendo un policial tiene que tener una minuciosidad de otro tipo”.

–¿Cuando habla de corregir, habla de sacar o de agregar?

–De sacar todo lo que sobra. Hay muchas cosas que no pongo, es cierto, pero hay varias cosas que saco después de ponerlas. En general, mis libros son bastante más largos de lo que quedan finalmente. Pero porque tienen que ver con una búsqueda no programática, con ir viendo a ver qué pasa. Y cuando uno va viendo qué pasa, descubre que hay un montón de cosas que son vagabundeos, complacencias, jueguitos, distracciones. Pero hay una poda importante, aunque soy bastante escueta en mi vida y en mi forma de expresión.


Geografías

Quizás cierto prejuicio lector indique que desde las provincias se escriba una literatura más morosa. Pero Almeida, sus libros, están ahí para romper todo tipo de prejuicios. Su lenguaje, sus historias tienen la contundencia de un esquina.

“No tengo muy clara la dicotomía entre capital y provincia porque nunca viví en capital. Pero pienso en Perla Suez, doblemente provinciana, nacida en Córdoba y criada en Entre Ríos, o en la cordobesa Teresa Andruetto. Hacen literatura absolutamente urbana. Hay una construcción de que en las ciudades no se para nunca y en los pueblos hay siesta. Y no es así para nada”, dice.

Y contraataca: “Quizás me falte un golpe de horno, pero no entiendo esas diferencias entre urbano y no urbano o entre literatura masculina y literatura femenina. Quizás esta novela la podría haber escrito alguien que viva en Capital o alguien que viva en un perdido pueblito de Jujuy. Esa es la ganancia de la literatura: poder hacer lo que uno no es. La literatura del yo no me interesa ni como escritora ni como lectora. Para ser yo tengo todos los días de mi vida. El juego de la literatura es poder irse para otra cosa. Y lo que me gusta de ese juego es la distancia que hay entre lo que queda y mi persona”.

–Ese alejamiento es tan brutal que el lector de sus libros no puede adivinar si quien los escribe es una mujer o un hombre…

–Bueno, eso es el mejor piropo que se me pueda decir. Las discusiones que hay entre escritores y escritoras, literatura para mujer y literatura para varón, son absolutamente inútiles. Los escritores que más me apasionan son aquellos de los que no me doy cuenta su sexo y hasta ni me interesa averiguarlo. En el tipo de historias como las que narré no tiene que ver ni tiene por qué jugar el sexo de quien las escribe. Hay un narrador, pero nunca termina de presentarse como personaje: no se sabe si es joven o si es viejo, si es el autor o es un observador. Y eso me genera como lectora la magia de entrar en una historia. Si me salta mucho a la vista el escritor por detrás de la narración no me interesa tanto la historia. Salvo que uno hable de grandes escritores.


Lectura y escritura

Leyó minimalismo (ese estilo de ir directo al grano que hizo furor en la Argentina a fines de los ’80, cuando desembarcaron los libros de Raymond Carver, Tobias Wolff y otros), pero poco. Y sólo por curiosidad, cuando algunos colegas le dijeron que ella escribía algo así.

Otra vez, una persona le dijo –con certeza quirúrgica, una envidia para cualquier crítico literario– que sus libros eran como los cuadros de Edward Hooper. “Yo ni siquiera sabía de quién me estaba hablando –dice Almeida–. Cuando vi sus cuadros, tuve ganas de salir corriendo a buscar a esa persona para agradecerle lo que me había dicho.”

–¿Con qué literatura se crió?

–El policial más negro, Chandler o Hammett, me llegó tarde. Pero un autor que no dejo de leer es Georges Simenon. Por suerte escribió tanto como para que esté toda la vida. Leer a Simenon es asomarse a la complejidad humana. Y están los perfumes, el olor del tabaco. Sé que estoy diciendo una barbaridad, pero cuando agarro El hombre que miraba pasar a los trenes o La mirada inocente sé que quiero escribir así para toda la vida. Si lograra generar eso que a mí me pasa cuando leo sus novelas estaría hecha.

–¿Es seguidora también de su personaje más conocido, el inspector Maigret?

–Más o menos. Esas novelas no son lo mejor de Simenon. Los especialistas dividen entre las novelas Maigret y las novelas Simenon, y las Simenon son las que más me atrapan. Me desespero al ver que nunca escribiré así. Eso de no explicar, no contestar las preguntas.

–¿Cómo es eso?

–Es que el mundo no ofrece respuestas. La condición humana es estar de manera permanente haciéndose preguntas sin respuestas. Nuestras herramientas son limitadas: el lenguaje, el raciocinio. Cuando vemos algo no lo entendemos como es. Lo vemos como una epifanía, como una ficha irreproducible. Ese momento de iluminación es inexplicable, el momento de mayor soledad. ¿Cómo explicarle a otro que a uno le cayó una ficha que muchas veces no se puede poner en palabras? El lenguaje es turbio. Y es muy angustiante llevarlo adelante.

–De acuerdo, pero en eso que usted llama su escueta forma de escribir, a lo turbio de ese lenguaje parece ponerle todo el líquido limpiador posible como para que quede transparente…

–Y queda más turbio todavía. Engaña. Es el psicópata prolijito. Me gusta mostrar que el lenguaje es burbuja, que no sirve para explicar nada, sino para mantener ciertos lazos sociales. Las categorías que usamos no están en la realidad, están en la cabeza. Pienso en Marguerite Duras, ella habla de darle hasta el hueso, pero el hueso al que llega muestra que abajo de todo estaba lo mismo. Después de haber hecho todo el trabajo de bisturí, hay una duda. Y eso es lo potente de la literatura: no querer ajustarse a una verdad que no puede ser explicada. Es la voluntad de decir.

–¿Piensa continuar con alguno de sus personajes, por ejemplo Guyot, el periodista que investiga en su útlima novela?

–Eso no está en mis manos, voy haciendo lo que quieren los personajes. Sé que no es así, que el personaje lo escribo yo, no es que voy a una junta psiquiátrica, pero mi relación con los personajes es esa. Muchas veces los personajes hacen cosas que no quisiera que hagan. El fantasma que está contando una historia es un millón de veces más importante que el escritor. En eso está para mí el placer de escribir: no saber hacia dónde va la historia, como en la vida. Claro que si viene un analista y me dice que las escenas surgen de mi propia cabeza, yo digo “claro, cómo no, por supuesto, ¿qué se cree, que estoy loca?”.

Miguel Russo

Miradas al Sur
09 – 08 – 15







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