martes, 29 de diciembre de 2015

Carlos Schilling recomienda "La boca de la tormenta"





Entre los libros destacados de 2015, 
Carlos Schilling recomienda “La boca de la tormenta”: 


"Conocida como novelista, autora de El colectivo, La pieza del fondo y La tensión del umbral, Eugenia Almeida escribió mucha poesía antes de decidirse a publicar este libro extraño, excepcional, que no se parece a nada en la literatura argentina. Aunque La boca de la tormenta contiene elementos narrativos, no se desarrolla como un relato sino como un monólogo interior. Alguien que tiene la capacidad de ver la muerte de los otros les da nombre a las cosas, no se sabe si para evitar que desaparezcan o para confirmarse a sí mismo que sigue vivo y hay un mundo que lo rodea."






miércoles, 23 de diciembre de 2015

martes, 22 de diciembre de 2015

Carta breve para un largo adiós - Peter Handke




Un hombre llega a un hotel de la ciudad de Providence. El portero le entrega una llave y una carta. Al abrir el sobre ve dos frases sobre el papel: “Estoy en Nueva York. Por favor no me busques, no sería lindo encontrarme”. Hay algo de amenaza en esas palabras. El sobre tiene el nombre de un hotel. El hombre llama por teléfono. Su exmujer ha dejado la habitación cinco días atrás y ha olvidado una cámara de fotos. El hombre sabe que no es un olvido, que la ha dejado para él. Promete ir a buscarla y recoger esa huella de una mujer que es casi un fantasma, alguien que está presente desde su ausencia. Alguien que lo sigue como una sombra ominosa.

El hombre lee El gran Gatsby, de Fitzgerald. Dejándose llevar, reserva una habitación en un hotel que el autor solía visitar. Comienza a salir a la luz lo que está haciendo: un viaje errático por los Estados Unidos tratando de recomponer lo que se ha roto dentro suyo pero, a la vez, tratando de convertirse en otro. Otro que no esté signado por el miedo, que no pueda decir de sí mismo: “Hasta donde puedo recordar, estoy como hecho para el pánico y el susto.” El hombre vive en el deseo de un tiempo donde las cosas podrían haber sido de otro modo.

Viaja a Nueva York, busca la Polaroid abandonada. Va al cine, al teatro, deambula por las calles. Sus días pasan en bares en los que se dedica a escuchar conversaciones ajenas y en hoteles en los que sólo repara en sí mismo.

Se va moviendo por el territorio sin planes, siempre seguido por la acechanza de esa mujer de la que se ha separado después de que llegaran a odiarse. La figura de Judith va creciendo como esos temores que no pueden vislumbrarse claramente porque están allí, aquí, en todas partes y en ninguna.

El hombre llama por teléfono a Claire, una mujer con la que se acostó unos años antes. Ella lo invita a viajar en auto a St. Louis. El viaje incluye a su pequeña hija, posiblemente el personaje más conmovedor de esta novela. Benedictine tiene dos años. Grita de miedo cada vez que ve algo abierto, algo suelto, algo inclinado. Como si no soportara cierto desequilibrio del mundo.

La voz del hombre, la que relata la historia, parece la de alguien que acaba de salir de un largo período de entumecimiento y, después de estar un tiempo aturdido, comenzara a ver todo con otros ojos. Casi la mirada de un exiliado que vuelve a la tierra de su infancia y sólo encuentra extrañeza.

Hay un proceso de introspección que lo lleva a observar con detalle los recuerdos que tiene de su madre, su relación con la naturaleza, el modo en que funciona la memoria, los mecanismos de registro de la experiencia, la posibilidad de representación del arte, el delicado delirio de imágenes que aparece en sus sueños.

El hombre continúa su viaje hasta reunirse con esa persona de la que ha estado escapando y, al mismo tiempo, convocando.

Peter Handke nació en Austria en 1942. Dramaturgo, guionista, poeta, novelista y ensayista, es considerado uno de los escritores más importantes del Siglo XX. Handke es el chico que se cría aprendiendo a hablar eslavo, el idioma natal de su madre, rodeado por la imagen mítica de dos tíos muertos en la Segunda Guerra Mundial; el que hace la secundaria como pupilo en un internado; el que se vuelve cada vez más introspectivo, un enorme detector de detalles sutiles. Es el que estudia Derecho pero abandona en cuarto año, decidido a dedicarse por completo a la escritura. Es el que se hace notar, el que sacude el mundo del teatro con obras que generan desconcierto y admiración. El que escribe su primera novela a los 23 años. El que se va a París. El que cada vez cruza con más intensidad su biografía y su literatura, el que habla de sí mismo para hablar de otros o habla de otros como un modo de comprenderse a sí mismo. Es el que nunca deja de viajar, de vagabundear, de caminar.

Es el que hace comentarios políticamente incorrectos sobre los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia. El acusado de validar el horror. El que dice, una y otra vez, que está cansado de ser malinterpretado. El que, por esas opiniones, queda excluido para siempre de la lista de favoritos para el Premio Nobel.

Carta breve para un largo adiós fue escrita en 1971. En un tiempo en que solemos sufrir traducciones hechas sólo para españoles, es de celebrar la edición argentina de Edhasa que, al rescatar un texto clave, lo realza ofreciendo la hermosa traducción de Ariel Magnus.


Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X

http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/el-viaje-perpetuo


lunes, 21 de diciembre de 2015

Silvina Friera recomienda "La tensión del umbral"



Entre los libros destacados de 2015, 
Silvina Friera recomienda “La tensión del umbral”




"En La tensión del umbral (Edhasa), Eugenia Almeida deconstruye el impacto que tiene la compleja maquinaria del terror y la apropiación de menores durante la dictadura militar. Las fuerzas de seguridad y la policía, operando siempre en las sombras y con la ayuda indispensable de algunos medios de comunicación en la instalación de eufemismos como “confuso episodio”, sigue matando y sumando víctimas."

Silvina Friera

Los ecos de las ficciones que marcaron un año intenso
LA PRODUCCION LITERARIA ARGENTINA DE 2015 
SINTETIZADA EN 25 LIBROS






miércoles, 16 de diciembre de 2015

"La oculta" - Héctor Abad Faciolince




El teléfono suena en un departamento de Nueva York. Es invierno, a esa hora turbia en que suelen llegar las malas noticias. Antonio atiende ese llamado. Su hermana le dice que, allá en Colombia, la madre de ambos acaba de morir.

Como en toda muerte, los deudos deberán decidir qué hacer con lo que deja el ausente. Pueden ser simples harapos o grandes fortunas; cada familia tiene su historia. En este caso la principal herencia es “La Oculta”, una finca que la madre se ha ocupado de mantener y defender toda su vida.

Antonio, Eva y Pilar se enfrentan a un dilema. Conservar o no la finca; esa piedra fundamental en la historia familiar, ese territorio que guarda lo mejor y lo peor de las memorias. Tres hermanos profundamente diferentes: un violinista que vive en los Estados Unidos, una mujer que ha roto muchos tabúes sociales; una señora de su casa, respetuosa de las tradiciones ancestrales.

Esas tres voces estructuran la última novela de Héctor Abad Faciolince. La historia de una familia, la historia de una finca, la historia de una región y, en parte, la historia de Colombia. La lucha por la tierra, los colonos venidos de lejos, la violencia económica y luego la violencia política y criminal. Los narcotraficantes, los temibles “grupos de autodefensa” convertidos en escuadrones paramilitares, la sensación de vivir en un territorio en el que, tarde o temprano, todos pueden convertirse en víctimas.

La familia Ángel siempre ha sostenido una doble rebelión a los mandatos del lugar. Como dice uno de ellos: “Ser desobedientes y poco mandones, en un país de peones y capataces, siempre ha sido algo extraño, atípico, antipático”. Han intentado mantener ese trozo de tierra como un testimonio de lo que han sido. Pero no todos están de acuerdo. Hay quien recuerda allí los primeros amores, hay quien sólo puede pensar en el momento en que estuvo a punto de morir.

¿Qué es la memoria? ¿En qué cosas encarna? Esas preguntas se ponen en tensión cada vez que los hermanos deben pensar en el futuro de la finca. Allí están las comidas caseras, los rincones de los juegos, los relatos puertas adentro, el país de la infancia. Pero también los golpes de la violencia: un secuestro, un intento de asesinato, un incendio. Y de eso se trata; de cómo lo que han vivido puede marcar a cada uno de modo diferente. Y de cómo ese legado puede ser transmitido.

La pintura que se hace de Colombia también permite ver otras formas de la violencia: la homofobia, el sometimiento de la mujer, los estereotipos sobre lo femenino y lo masculino y los lugares que hombres y mujeres supuestamente deben ocupar en la sociedad. El modo en que cada uno de los hermanos ve a los otros dos también permite comprender algo de esa extraña dinámica que ponen en juego los lazos de familia.

Héctor Abad Faciolince nació en Medellín en 1958. Luego de probar suerte en la Facultad de Filosofía y en la de Medicina, comenzó a estudiar periodismo pero fue expulsado de la universidad por escribir un artículo que se leyó como “una irreverencia” contra el Papa. En 1982 se instaló en Nueva York y luego en Italia, donde estudió Lenguas y Literaturas Modernas. Al terminar la carrera regresó a su país.

El 25 de agosto de 1987 Colombia lo golpea de un modo irremediable. Su padre, un médico comprometido con los derechos humanos, es asesinado por un grupo de paramilitares. 

Héctor recibe amenazas de muerte. Algunos de sus amigos son asesinados. Decide irse a Italia. La relación con su patria está atravesada por el odio. Fantasea con poder convertirse en un verdadero italiano. Lo intenta. Pero todo el tiempo se le aparece un impedimento insalvable: su idioma, la lengua materna, el núcleo con el que se nombra lo que cada uno es. Decide volver en 1992.

La historia detrás de la escritura de La Oculta también es interesante. Abad Faciolince tenía un acuerdo con su editorial y debía entregar una nueva novela en 2010. Una y otra vez el escritor hablaba con sus editores para pedirles un nuevo plazo. En un momento dijo públicamente que ya no iba a seguir escribiendo. La noticia causó conmoción entre sus colegas. Quien más insistió en disuadirlo fue Vargas Llosa. Gracias a ese apoyo, Faciolince volvió a los papeles y terminó su novela. Puede decirse, entonces, que este libro es fruto de una larga crisis, un espacio lleno de sentidos pero vacío de palabras, que tuvo que recorrer mucho para convertirse, finalmente, en una historia que habla de Colombia, la tierra, la herencia, los lazos familiares y la voluntad.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



sábado, 12 de diciembre de 2015

Los crímenes del monograma - Sophie Hannah




En la tapa de este libro aparecen tres nombres: Hércules Poirot, Agatha Christie y Sophie Hannah. El primero es uno de los personajes más importantes de la novela de misterio inglesa, el segundo pertenece a la autora que lo creó –la “Dama del crimen”–, y el tercero es el de la escritora que aceptó el desafió de escribir “una nueva aventura de Poirot”.

No es la primera vez que los herederos de un autor deciden contratar a alguien para que “continúe” un personaje. Sebastian Faulks, Jeffery Deaver y William Boyd se han ocupado de escribir historias protagonizadas por James Bond –el personaje de Ian Fleming–, Anthony Horowitz lo ha hecho con Sherlock Holmes y John Banville (bajo su seudónimo Benjamin Black) con el Philip Marlowe de Raymond Chandler.

Sophie Hannah, una conocida poeta y escritora de policiales, fue la elegida por el nieto de Agatha Christie para escribir un nuevo libro protagonizado por Poirot. El personaje –presente en 33 novelas y más de 50 relatos– surgió en 1920 en El misterioso caso de Styles, el primer libro publicado por la escritora inglesa. Su última aparición fue en Telón, de 1975. La importancia del personaje era tal que el New York Times publicó un obituario, como si se tratara de una persona real.

Con esta propuesta Sophie Hannah cumplía un viejo sueño. A los 12 años su padre –el académico marxista Norman Geras– le había regalado una novela de Agatha Christie y esa lectura había despertado un entusiasmo tan grande que en dos años la adolescente leyó toda la obra de su compatriota.

¿Cómo ser fiel a un legado tan preciado? Hannah eligió una estrategia interesante: incluir en la historia un nuevo personaje (Edward Catchpool, un joven detective de Scotland Yard) y convertirlo en el narrador de la historia. El efecto es curioso: si algún lector muy devoto de Poirot encuentra “algo extraño” en el personaje puede achacárselo al narrador y no a la escritora. En Los crímenes del monograma Hannah optó así por dejar a un lado al Capitán Hastings –mítico compañero de Poirot, una especie de Watson para el detective belga– y buscar un nuevo enfoque.

El argumento de la novela respeta la tradición creada por Agatha Christie. Hércules Poirot es el único cliente en un café de Londres. Son las siete y media de una tarde de invierno de 1929. La puerta se abre y entra una mujer visiblemente sobresaltada. Poirot inicia una conversación y ella le dice que alguien quiere matarla pero que, cuando muera, “se habrá hecho justicia”. El detective insiste en ofrecerle ayuda. La mujer se escapa corriendo. 

Edward Catchpool acaba de volver del hotel Bloxham, donde ha habido tres asesinatos. Dos mujeres y un hombre han muerto, cada uno en un cuarto cerrado por dentro. Han sido envenenados. Los tres tienen algo en común: alguien ha colocado un gemelo con un monograma dentro de sus bocas. 

Los hechos del hotel y el encuentro en el café son puestos en relación; Catchpool y Poirot comienzan a trabajar juntos. Un caso particular, aparentemente centrado en las semejanzas pero al que Poirot analizará buscando las diferencias. Esa búsqueda reflotará una historia trágica sucedida 16 años antes en un pequeño pueblo en el que todos parecen guardar un secreto. Un paisaje humano lleno de mentiras, rumores, calumnias e hipocresía.

Como siempre, al llegar al desenlace, Poirot podrá jactarse de tener “la llave que abre la puerta de los secretos y de la verdad”. A lo largo de la historia habrá tratado de “educar” a Catchpool, haciéndole considerar “las posibilidades más inverosímiles”. El famoso detective belga juega con el policía inglés del mismo modo en que Sophie Hannah juega con el lector: apenas mostrando algunas pistas, haciéndolo sentir perdido en un marasmo de datos inconexos y, finalmente, revelando una línea que une todo aquello que parecía incomprensible.

Es difícil hablar de Agatha Christie sin sentir la tentación de hacer referencia a un episodio extremadamente curioso de su vida. El 3 de diciembre de 1926 la escritora desapareció. Fue un evento sobre el que nunca volvió a hablar. Según se cuenta, abrumada por la muerte de su madre y la infidelidad de su primer esposo, salió de su casa sin decir adónde iba. Al día siguiente su auto apareció abandonado al costado de una ruta. La búsqueda policial fue intensa. Se manejaron muchas hipótesis: suicidio, homicidio, amnesia, truco publicitario. Cuando Christie fue encontrada 11 días después, hospedada en un hotel, dijo no recordar nada. Sin embargo, había un detalle inquietante: se había registrado con un nombre falso y el apellido de la amante de su marido. Nunca se supo qué fue lo que pasó realmente. Agatha, una famosa película de 1979 protagonizada por Vanessa Redgrave, retoma esos días buscando una explicación para el misterio más grande de la “Dama del crimen”. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X





martes, 8 de diciembre de 2015

"Ningún lugar adonde ir" - Jonas Mekas




Julio de 1944. Lituania está bajo ocupación alemana. Jonas Mekas tiene 22 años y forma parte de un grupo de resistencia que publica un boletín clandestino. La policía secreta puede identificar a los autores si logra encontrar la máquina de escribir usada para redactar esas noticias. Jonas, el encargado de tipear los textos, siempre la esconde bajo un montón de leña en el granero de su casa. El día en que descubre que la máquina ha sido robada, él y sus compañeros deciden que la única opción es huir. Consigue documentos falsos y escapa con su hermano Adolfas en dirección a Viena. Unos días después, el hombre que será conocido como el “poeta del cine” comienza a escribir su diario. “Mi única conexión con la vida son estos garabatos”, dirá en 1947.

Los hermanos Mekas no logran llegar a destino. Son detenidos por los nazis y enviados al campo de prisioneros de Elmshorn, cerca de la ciudad de Hamburgo.

La guerra termina pero todo parece haber sido destruido. Jonas y Adolfas emprenden un largo periplo por diversos campos de refugiados. Trabajan donde pueden, de sol a sol, a cambio de comida. Son dos sombras más en esa enorme caravana de desplazados que arrastran lo poco que les queda, atravesando los caminos de Alemania. Los hermanos llevan un equipaje singular: todos los libros que pueden cargar.

En 1949 les ofrecen trabajo como panaderos en Chicago. Llegan a los Estados Unidos en el mes de octubre. Jonas es el refugiado número cien mil uno. En cuanto ve Nueva York decide quedarse allí. Compra su primera cámara de fotos. Trabaja como obrero en diferentes fábricas. Visita cotidianamente las agencias de empleo. Descubre en la maquinaria del capitalismo el mismo clima que en los campos de trabajo forzado. Va al cine cada vez que puede. Comienza a filmar. Consigue trabajo en un estudio de fotografía.  

Ningún lugar adonde ir testimonia ese recorrido. La guerra. La prisión. El hambre. La necesidad imperiosa de comida y de lectura. La naturaleza, los pájaros, los árboles, el cielo. La muerte encarnada en los uniformes alemanes. El exilio. La soledad. La vida fragmentaria y precaria de los inmigrantes. El desarraigo. El canto de los borrachos rebotando por las calles. Y Lituania. El poeta no deja de reflexionar sobre esa tierra a la que no puede volver porque ha sido sepultada, destruida por la Historia. 

El diario incluye fotografías, dibujos, cartas, conversaciones y brevísimos relatos.


Un lazo consigo mismo

Cuando Jonas era un adolescente, alguien le dijo que en un pueblo vecino había un hombre que tenía muchos libros. Como ya había agotado la biblioteca de su tío, decidió hacerle una visita. Se encontró con el entusiasmo del granjero –deseoso de comentar sus lecturas– y volvió, una vez por semana, hasta leer todos los libros que su amigo guardaba en un baúl bajo la cama. Un día, sus compañeros de escuela se burlaron de ese vecino. Mekas trató de defenderlo y comenzaron a golpearlo. Se defendió, como pudo, con una vieja pluma de tintero con punta de acero. La anécdota conmueve porque esa será el arma que Mekas seguirá usando toda su vida. Como bien dice Emilio Bernini en el prólogo de Ningún lugar adonde ir, “el diario es afirmación de un lazo consigo mismo cuando se pierden todos los lazos y cuando el mundo está devastándose alrededor”.

Esa afirmación se construye sobre un registro poético, un lenguaje escueto y precioso que trabaja con el núcleo de las cosas, una forma novedosa –quizás inevitable– de dejar testimonio. “En ocasiones me quedaba rezagado para escuchar el canto de los postes de teléfono de madera”, dice recordando su infancia. No es una metáfora. Uno puede ver a ese niño, demorándose en los caminos de Lituania, atento a una música casi imperceptible.

Jonas Mekas es uno de los grandes maestros del cine experimental. Sus películas más reconocidas también reproducen el estilo de una anotación personal sobre el mundo. En Mientras avanzaba azarosamente vi fugaces destellos de belleza (2001), el autor utiliza imágenes obtenidas durante más de 50 años. 

Como crítico, marcó una diferencia en relación a lo establecido. Alguna vez dijo: “Quizá sean las palabras crítico y criticar las que tan a menudo nos confunden. ¿Quién nos ha puesto en la cabeza que un crítico debe criticar? He llegado a una conclusión: el mal y la fealdad se cuidarán solos; es el bien y la belleza lo que necesita de nuestros cuidados. Es más fácil criticar que prestar cuidados. ¿Por qué elegir el camino más fácil?”.

Mekas fue uno de los creadores del Anthology Film Archives, el mayor archivo mundial de cine experimental. Ha publicado más de 20 libros de poesía. Actualmente vive en Nueva York. 

Vale la pena visitar su hermosa página web (http://jonasmekas.com) y disfrutar de la enorme heterogeneidad que hay en sus obras. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




jueves, 3 de diciembre de 2015

"La sangre de la aurora" - Claudia Salazar Jiménez





Nueva York, 2007. Un grupo de personas trabaja en un taller literario coordinado por Diamela Eltit. Cada uno comparte lo que ha escrito. En una de esas reuniones Claudia Salazar Jiménez lee un texto. Es un relato breve. Sus compañeros le dicen que ahí late el germen de una novela. Ella está de acuerdo. Lo sabe, lo siente. Seguirá buscando entre esas letras hasta darle forma a su primera novela: una historia que aborda la época que muchos peruanos llamaron “el tiempo del miedo”. El Ejército, Sendero Luminoso, las aldeas masacradas, los campesinos atrapados en una tenaza que los destroza. 

Como parte de la investigación que llevó a cabo para escribir este libro, Salazar Jiménez consultó los archivos de la Comisión de la Verdad y Reconciliación que recopilan más de 16 mil testimonios, muchos de ellos referidos a la violencia ejercida sobre las mujeres. Lo que la escritora buscaba no era el dato histórico duro sino “el clima de terror y violencia de aquellos años.” 

En La sangre de la aurora se cruzan las historias de tres mujeres: una fotógrafa dedicada al periodismo, una activista social que luego ingresa a la guerrilla y una campesina. La novela va avanzando de a fragmentos, como golpes que se dan sobre la madera. Cuando la imagen emerge completa, lo que se ofrece a los ojos es aterrador.

Quizás lo más incómodo y lo más perfecto de este libro sea el punto en que las tres protagonistas quedan enlazadas por la brutalidad de la violación colectiva. Lo que queda después de leer esas líneas es tan terrible que es difícil continuar. ¿Qué proyecto político puede soñarse si lo que habita en el fondo es el deseo de poseer y destruir en un solo gesto?  
La novela expone la sumisión ciega, la violencia desatada, la extrema crueldad, el sadismo disfrazado de herramienta ideológica. Guerrilleros, Ejército, en esta historia da lo mismo, ambos son grupos de hombres que se turnan para violar a las mujeres que capturan. Mujeres violadas como una forma de castigo por ser “burguesas”, “indias” o “subversivas”. Cada violador tiene una acusación a medida que le permite justificarse. La verdad es que las violan simplemente por ser mujeres: porque no valen nada, porque son cosas, objetos desechables, mero botín de guerra.

La escritora peruana describe la paradoja de una revolución que asesina a aquellos que dice representar. El discurso político se vuelve mesiánico y se acerca a lo religioso. Todo se trata de construir estructuras de poder basadas en la obediencia, la disciplina, la sumisión y la masacre. Líderes que se arrogan el derecho de traer nuevas auroras fabricadas a golpe de sangre; un océano que la tierra ya no puede absorber. Los medios de comunicación son utilizados como arma de guerra, aparecen las mentiras y los ocultamientos. Hay cuerpos quemados, mutilados, destrozados. Pilas de cadáveres que humean o son devorados por los perros. Silencio en el viento. 

Claudia Salazar Jiménez abre su relato con un cruce de voces, un mundo de sonidos que entran en tropilla gritando palabras sueltas, poniendo letras a aquello que no puede ser nombrado. Piedras que se dejan caer marcando una huella; voces que avanzan como machete o se detienen como fugitivos inmóviles que buscan desaparecer de los ojos del cazador.

La escritora trabaja con personajes que son puro cuerpo. Cuerpo amordazado o lleno de deseo. Cuerpo que busca y cuerpo destrozado por la violencia. No hay ideas etéreas aquí. Hay balas, armas, dientes, huesos, sangre. Todo lo que pasa, pasa sobre la tierra, sobre el espantoso terreno de la crueldad.

Una de las preguntas que los artistas se plantean una y otra vez es cómo el arte puede (o debe) representar lo irrepresentable. ¿Cómo abordar lo que está más allá del horror? Salazar responde rompiendo las reglas, alejándose de toda normativa para darle espacio a eso que sólo puede decirse en el momento en que la palabra se quiebra, se parte en pedazos. La autora se mete de lleno en el espanto y usa el lenguaje como una herramienta destrozada. Sirve, porque ha dejado de ser útil. Expresa justamente ahí donde ha sido descoyuntado. Su ineficacia es su potencia. 

Claudia Salazar Jiménez nació en Perú en 1976. Es Doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Nueva York, ciudad en la que vive actualmente. En 2014 participó en el Festival Internacional de Literatura de Córdoba.  

La sangre de la aurora (novela ganadora del Premio Las Américas 2014) es el segundo título de la editorial cordobesa Portaculturas. Era un gran desafío imaginar una propuesta que mantuviera el nivel que marcó Cuando Sara Chura despierte, del escritor boliviano Juan Pablo Piñeiro. La novela de Salazar Jiménez cubre ampliamente las expectativas. Sólo resta esperar, con alegría, los nuevos libros que irán llegando. 

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X