SILUETAS
Eugenia
Almeida
No sé quién soy.
Cada día me inclino
sobre el piso para medir la muerte. A veces me he quedado mirando algo que
cuelga, pensando en qué es necesario para marcar los límites del aire.
Exactamente eso. Aire. Cuando logro pensar, lo que veo son corrientes de aire.
Estoy cansado, seguramente. Derrumbado. Golpeado. Abatido.
Cuatro días sin dormir porque en la ciudad ha comenzado una guerra. Alguien ha
dicho basta, alguien ha golpeado un vaso contra la mesa, seguramente ha habido
miradas pero no gritos. Alguna tensión ha llegado al límite y han decidido
devolver el golpe. Impersonal pero tan íntimo.
Cuatro días sin
dormir. He llegado a extrañar los muertos casuales, esos cuerpos cotidianos, el
que se ha dejado atravesar por una sevillana, el que ha tragado una bala por
despecho, el que ha aguantado esa venganza con el vientre. El baleado, el
apuñalado, el golpeado. El abatido. Yo soy el abatido.
Mi mujer debe estar
en casa, en ropa interior, sentada en la silla de plástico, dejando que la
cerveza se entibie mientras mira por la ventana. Debe ver que hay muchos
patrulleros en la calle. Debe oír disparos, quizás, debe suponer que puede
terminar la cerveza sin demora, que es mejor acostarse, su hermoso cuello
apoyándose en la almohada, su espalda buscando el alivio del ventilador, su
oscuridad atravesada por el cartel fluorescente del restaurant de abajo. Mi
mujer.
Yo no sé cómo fue que empecé con esto, con este ir haciendo oficio de nada, con
esta experticia en ausencia. En ausencia de mí. No sé. Agacharme, hacer a un
lado las cosas, inclinar la mano. No pensar en nada. Ni en la sangre, ni en las
manchas, ni en la gente. Ocuparme de marcar los límites, la huella que otros
van a venir a oler como perros. Me dicen “el artista”. Se ríen. Gritan: “Ronco,
marcá”. Y ahí voy yo, a dibujar la frontera. Son importantes, ellos. Caminan
así, clavado, haciendo ruido. Les encanta. Se acercan a la gente y la van
corriendo. “Atrás, atrás”. Yo los miro desde el piso. El asfalto, las veredas.
Todos quieren ver. Ver cómo le ha tocado a otro, sentirse a salvo,
diferenciarse de los muertos. Pero nadie se acerca demasiado. Se asoman. Nadie
se agacha, como yo. Nadie pone la rodilla en el suelo y se queda mirando esa cara
que no dice nada.
Eso hago. Fronteras
para marcar una ausencia. Perímetro de nada.
Un muerto. Dos muertos. Tres muertos. ¿Cuatro por día? A veces. Mi mujer me ve
llegar por la noche y se ríe y pregunta ¿cuántos pintó hoy? Y hay cerveza. Hay
ventana. Hay su cuello. Yo me digo que si son cuatro o cinco, incluso seis,
puedo. No me gusta tocarla cuando recién llego. Ella abre la ducha mientras me
saco la ropa, ella sabe, se queda ahí cuando, casi desnudo, me paro frente al
lavatorio a lavarme las manos, sabe, me besa al costado, en un ojo, deja la
puerta del baño abierta, se trae la silla, ella y sus piernas, fuma y me mira
mientras me enjuago el pelo, ella, casi nunca usa zapatos en la casa.
Me trae un
cigarrillo cuando termino, espera un rato más, me cuenta, el mercado, hoy se
vendió poco, pero igual bien, llegaron unas paltas chiquititas a un precio
carísimo, nadie las lleva, los cajones de manzana otra vez, Desiderio que los
trae apilados y cuando se va, veo que todas las del cajón de abajo están medias
chuzas. ¿Medias qué?, pregunto yo. Chuzas, me dice. Feas.
Entra el viento
caliente de este diciembre horrendo. ¿Por qué pienso eso? El calor es el calor.
Ni malo ni bueno. ¿Por qué diciembre sería horrendo? ¿Por qué? Mi mujer tiene
una gota de sudor sobre el labio. Sonríe. Me distraigo y el vaso se calienta. Y
me digo, sí, está bien, mientras sean cinco o seis, puedo. Cada verano me digo
eso. Después de marzo, tolero mejor. Hasta que vuelve el calor. Tengo que
recordarme esperar. Aguantar los vaivenes del tiempo. Mi mujer lo sabe. Y
apenas entabla conversación. Los cuerpos desnudos. Sin conversación.
Y justo en diciembre viene a pasar, estos hijos de mala madre y la reputa que
los re mil parió. No. No sirve pensar así. Mi mujer debe estar en casa, en ropa
interior. Debe estar pensando en mí. Mirando por la ventana. Yo pienso en ella.
No importa lo otro.
Una vez tuve que dibujar a ocho. Todos juntos. Una tragedia familiar, que le
dicen. Así dijo el diario. Se dice lindo cuando no hay que andar esquivando los
charcos de sangre. Igual, fue fácil. O no. Pero, quiero decir, ocho juntos no
es lo mismo que ocho separados. Ocho separados son ocho escenarios. Toda esa
escoria que se junta, todo lo que hay que rodear para llegar a cada cuerpo, no,
no es lo mismo, ocho veces estar rodeado de esa gente. Ocho juntos son ocho
muertos. Ocho separados, no sé, potenciado, ocho veces ocho. Estoy cansado hoy.
Cuatro días sin dormir. Porque estos hijos de puta han decidido resolver sus
problemas lo antes posible. Me la paso de una silueta a otra, de una esquina a
otra, todos en la calle. González dice que es porque están corriendo para
esconderse, yo no sé, González lleva la cuenta de cuántos de cada lado, de
quién va ganando, de quién se quedó sin lugarteniente, de quiénes van a ser los
nuevos jefes, este pelotudo de González si por lo menos se callara un rato.
Si yo pudiera
trabajar como siempre, si me dejaran un poco de tiempo, si pudiera dibujar las
siluetas tranquilo, si no estuvieran todos los movimientos superpuestos, llamada
recibida, patrullero, yo, las cintas, las fotos, el levantamiento del cadáver,
patrullero, llamada, alguien que grita “Dale, Ronco, terminá de una vez”, subir
al auto, otra calle. Hijos de puta ¿no pueden matar a uno, a uno solo, adentro
de una casa para que pueda sentarme un segundo y tomar un café?
El chofer dice “se
acabó, de las tres bandas, va quedar una”. No sé quién soy. Van todos cargados,
yo no tengo arma, no la uso, para qué la quiero, yo pinto. Me gusta estar
tranquilo. Mi tiza, criminología, casquillos. Yo llego cuando la violencia
termina. Ahí llego.
No entiendo, nunca
entendí. Yo voy levantando los restos. No entiendo.
No es lo mío, seguramente. Estoy seguro de que mi mujer piensa eso. No lo dice,
pero estoy seguro. Y yo también. Cuando los veo felices porque se armó balacera
y bajaron a uno de los otros, no sé.
Y ahora me gritan desde allá. ¿Qué muerto es este? ¿Número cuánto? No sé.
Siempre me quedo pensando en las caras que he visto, en los rasgos de las
siluetas que dibujé. Pero ya el lunes a la noche perdí los rostros, se me
mezclan. Las zapatillas fluorescentes eran del pibe de la calle Lima o del tipo
que estaba en el mercado o de uno de los que vimos bajo el puente. No sé.
“Increíble guerra del mundo del hampa”, dijo el diario ayer o anteayer. ¡El
mundo del hampa! Yo creí que eso era para las películas, nomás. Hampa.
Me gritan de allá,
voy corriendo al auto de Científica. Mientras veo pasar las luces de la
avenida, alguien dice una dirección, calle y un número que termina en 35, calle,
número, estoy tan cansado. Llegamos y veo, casi feliz, que no hay cuerpo en la
calle, que vamos a entrar en una casa, baja González desprendiendo el botón de
metal que sostiene la pistola, se acerca a la puerta, hace un gesto avisándonos
que está todo bien, bajo, me doy vuelta para buscar la caja con mis cosas y
entonces escucho, algo se cae, algo se quema. Me doy vuelta, González en el
piso, el chofer contra el volante, no escuché disparos, lo que se quema viene
de mi camisa, hay un pibe, me está apuntando pero baja el arma, no, la sube,
no, soy yo que me estoy resbalando, al piso, apoyado en la chapa de la
camioneta, lo veo que se va corriendo, cerca de mi pierna hay un charco de
sangre, pienso que es la sangre de González, la mía está detrás, por mi espalda,
siento como está ahí, caliente, pienso en que si no se apuran va a mezclarse
todo, pienso en mi mujer, en sus pies descalzos. Pienso a quién van a mandar
para dibujar nuestras siluetas.
Hoy soy el abatido.
/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////
REVISTA SUELTA
Arte: Marlon de
Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009.
Letras: Eugenia Almeida, "Siluetas". Publicado originalmente en Acción.
Revista del Instituto movilizador de fondos cooperativos. Año XLV, nº 1092.
Buenos Aires. Febrero de 2012