jueves, 18 de julio de 2013

"Siluetas" en Revista SUELTA. Eugenia Almeida / Marlon de Azambuja

SILUETAS

Eugenia Almeida



Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009


No sé quién soy.
Cada día me inclino sobre el piso para medir la muerte. A veces me he quedado mirando algo que cuelga, pensando en qué es necesario para marcar los límites del aire.
Exactamente eso. Aire. Cuando logro pensar, lo que veo son corrientes de aire.
Estoy cansado, seguramente. Derrumbado. Golpeado. Abatido.

Cuatro días sin dormir porque en la ciudad ha comenzado una guerra. Alguien ha dicho basta, alguien ha golpeado un vaso contra la mesa, seguramente ha habido miradas pero no gritos. Alguna tensión ha llegado al límite y han decidido devolver el golpe. Impersonal pero tan íntimo.
Cuatro días sin dormir. He llegado a extrañar los muertos casuales, esos cuerpos cotidianos, el que se ha dejado atravesar por una sevillana, el que ha tragado una bala por despecho, el que ha aguantado esa venganza con el vientre. El baleado, el apuñalado, el golpeado. El abatido. Yo soy el abatido.
Mi mujer debe estar en casa, en ropa interior, sentada en la silla de plástico, dejando que la cerveza se entibie mientras mira por la ventana. Debe ver que hay muchos patrulleros en la calle. Debe oír disparos, quizás, debe suponer que puede terminar la cerveza sin demora, que es mejor acostarse, su hermoso cuello apoyándose en la almohada, su espalda buscando el alivio del ventilador, su oscuridad atravesada por el cartel fluorescente del restaurant de abajo. Mi mujer. 


Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009


Yo no sé cómo fue que empecé con esto, con este ir haciendo oficio de nada, con esta experticia en ausencia. En ausencia de mí. No sé. Agacharme, hacer a un lado las cosas, inclinar la mano. No pensar en nada. Ni en la sangre, ni en las manchas, ni en la gente. Ocuparme de marcar los límites, la huella que otros van a venir a oler como perros. Me dicen “el artista”. Se ríen. Gritan: “Ronco, marcá”. Y ahí voy yo, a dibujar la frontera. Son importantes, ellos. Caminan así, clavado, haciendo ruido. Les encanta. Se acercan a la gente y la van corriendo. “Atrás, atrás”. Yo los miro desde el piso. El asfalto, las veredas. Todos quieren ver. Ver cómo le ha tocado a otro, sentirse a salvo, diferenciarse de los muertos. Pero nadie se acerca demasiado. Se asoman. Nadie se agacha, como yo. Nadie pone la rodilla en el suelo y se queda mirando esa cara que no dice nada.
Eso hago. Fronteras para marcar una ausencia. Perímetro de nada. 

Un muerto. Dos muertos. Tres muertos. ¿Cuatro por día? A veces. Mi mujer me ve llegar por la noche y se ríe y pregunta ¿cuántos pintó hoy? Y hay cerveza. Hay ventana. Hay su cuello. Yo me digo que si son cuatro o cinco, incluso seis, puedo. No me gusta tocarla cuando recién llego. Ella abre la ducha mientras me saco la ropa, ella sabe, se queda ahí cuando, casi desnudo, me paro frente al lavatorio a lavarme las manos, sabe, me besa al costado, en un ojo, deja la puerta del baño abierta, se trae la silla, ella y sus piernas, fuma y me mira mientras me enjuago el pelo, ella, casi nunca usa zapatos en la casa.
Me trae un cigarrillo cuando termino, espera un rato más, me cuenta, el mercado, hoy se vendió poco, pero igual bien, llegaron unas paltas chiquititas a un precio carísimo, nadie las lleva, los cajones de manzana otra vez, Desiderio que los trae apilados y cuando se va, veo que todas las del cajón de abajo están medias chuzas. ¿Medias qué?, pregunto yo. Chuzas, me dice. Feas.
Entra el viento caliente de este diciembre horrendo. ¿Por qué pienso eso? El calor es el calor. Ni malo ni bueno. ¿Por qué diciembre sería horrendo? ¿Por qué? Mi mujer tiene una gota de sudor sobre el labio. Sonríe. Me distraigo y el vaso se calienta. Y me digo, sí, está bien, mientras sean cinco o seis, puedo. Cada verano me digo eso. Después de marzo, tolero mejor. Hasta que vuelve el calor. Tengo que recordarme esperar. Aguantar los vaivenes del tiempo. Mi mujer lo sabe. Y apenas entabla conversación. Los cuerpos desnudos. Sin conversación.


Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009


Y justo en diciembre viene a pasar, estos hijos de mala madre y la reputa que los re mil parió. No. No sirve pensar así. Mi mujer debe estar en casa, en ropa interior. Debe estar pensando en mí. Mirando por la ventana. Yo pienso en ella. No importa lo otro.

Una vez tuve que dibujar a ocho. Todos juntos. Una tragedia familiar, que le dicen. Así dijo el diario. Se dice lindo cuando no hay que andar esquivando los charcos de sangre. Igual, fue fácil. O no. Pero, quiero decir, ocho juntos no es lo mismo que ocho separados. Ocho separados son ocho escenarios. Toda esa escoria que se junta, todo lo que hay que rodear para llegar a cada cuerpo, no, no es lo mismo, ocho veces estar rodeado de esa gente. Ocho juntos son ocho muertos. Ocho separados, no sé, potenciado, ocho veces ocho. Estoy cansado hoy. 



Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009


 Cuatro días sin dormir. Porque estos hijos de puta han decidido resolver sus problemas lo antes posible. Me la paso de una silueta a otra, de una esquina a otra, todos en la calle. González dice que es porque están corriendo para esconderse, yo no sé, González lleva la cuenta de cuántos de cada lado, de quién va ganando, de quién se quedó sin lugarteniente, de quiénes van a ser los nuevos jefes, este pelotudo de González si por lo menos se callara un rato.

Si yo pudiera trabajar como siempre, si me dejaran un poco de tiempo, si pudiera dibujar las siluetas tranquilo, si no estuvieran todos los movimientos superpuestos, llamada recibida, patrullero, yo, las cintas, las fotos, el levantamiento del cadáver, patrullero, llamada, alguien que grita “Dale, Ronco, terminá de una vez”, subir al auto, otra calle. Hijos de puta ¿no pueden matar a uno, a uno solo, adentro de una casa para que pueda sentarme un segundo y tomar un café?
El chofer dice “se acabó, de las tres bandas, va quedar una”. No sé quién soy. Van todos cargados, yo no tengo arma, no la uso, para qué la quiero, yo pinto. Me gusta estar tranquilo. Mi tiza, criminología, casquillos. Yo llego cuando la violencia termina. Ahí llego.
No entiendo, nunca entendí. Yo voy levantando los restos. No entiendo.
No es lo mío, seguramente. Estoy seguro de que mi mujer piensa eso. No lo dice, pero estoy seguro. Y yo también. Cuando los veo felices porque se armó balacera y bajaron a uno de los otros, no sé. 



Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009


Y ahora me gritan desde allá. ¿Qué muerto es este? ¿Número cuánto? No sé. Siempre me quedo pensando en las caras que he visto, en los rasgos de las siluetas que dibujé. Pero ya el lunes a la noche perdí los rostros, se me mezclan. Las zapatillas fluorescentes eran del pibe de la calle Lima o del tipo que estaba en el mercado o de uno de los que vimos bajo el puente. No sé. “Increíble guerra del mundo del hampa”, dijo el diario ayer o anteayer. ¡El mundo del hampa! Yo creí que eso era para las películas, nomás. Hampa.


Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009

Me gritan de allá, voy corriendo al auto de Científica. Mientras veo pasar las luces de la avenida, alguien dice una dirección, calle y un número que termina en 35, calle, número, estoy tan cansado. Llegamos y veo, casi feliz, que no hay cuerpo en la calle, que vamos a entrar en una casa, baja González desprendiendo el botón de metal que sostiene la pistola, se acerca a la puerta, hace un gesto avisándonos que está todo bien, bajo, me doy vuelta para buscar la caja con mis cosas y entonces escucho, algo se cae, algo se quema. Me doy vuelta, González en el piso, el chofer contra el volante, no escuché disparos, lo que se quema viene de mi camisa, hay un pibe, me está apuntando pero baja el arma, no, la sube, no, soy yo que me estoy resbalando, al piso, apoyado en la chapa de la camioneta, lo veo que se va corriendo, cerca de mi pierna hay un charco de sangre, pienso que es la sangre de González, la mía está detrás, por mi espalda, siento como está ahí, caliente, pienso en que si no se apuran va a mezclarse todo, pienso en mi mujer, en sus pies descalzos. Pienso a quién van a mandar para dibujar nuestras siluetas.
Hoy soy el abatido.

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REVISTA SUELTA

Arte: Marlon de Azambuja, de la serie "50 elementos de Zizkovo Nám", 2009.

Letras: Eugenia Almeida, "Siluetas". Publicado originalmente en Acción. Revista del Instituto movilizador de fondos cooperativos. Año XLV, nº 1092. Buenos Aires. Febrero de 2012

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